No sabía dónde estaba ni de que se trataba. Se sentía apretada y ahogada, le costaba respirar. Comenzó a moverse suavemente con miedo, primero movió una mano, luego la otra, continuó con todo el cuerpo. Ya vuelta en razón comprendió que iba a pasar un tiempo entre esas cuatro paredes y bajo ese mismo techo que acotaba sus movimientos. Sabía tendría que respirar hondo y no enloquecer por el encierro. Controlar su mente acompañada de esa inmensa ansiedad era difícil, pero valía la pena. Tenía que esperar a que ese profesional, recibido en vaya a saber donde, decidiera cuál sería su momento. De vez en cuándo alguna luz pasaba por su techo, ella se asustaba y cerraba los ojos. Sólo se alimentaba cuando alguna persona decidía tirar su alimento por un tubo que llegaba hasta ella. Escuchaba voces y en sus oídos retumbaban los pasos. Pero había una voz especial, una mujer que debería de vivir allí arriba, porque sus palabras se le repetían todos los días llenando de paz su ser. Al escucha...