LA CAFETERIA
Esa habitación llena de libros encastrados en la pared no se parecía en nada a un hogar, pero así era. Paul vivía ahí. Su cocina la podía medir con una tabla de quesos y estaba continuada por el duchero el cual tenía que abrirlo con mucho cuidado para no mojar la colcha que cubría su cama.
Así era vivir en París, una persona sola como era su caso, con un trabajo aceptable, era para lo que daba alquilar. El era muy feliz así, amaba su trabajo, disfrutaba de colocar todos los días granos de café en la máquina gigante y oler sus manos luego de quedar invadidas por ese aroma intenso. Siempre se encontraba detrás de la gran barra de madera con vidrio debajo dejando ver todas las variedades de café que eran utilizados. No había casi mesas, los mismos clientes habían impuesto la costumbre de tomar sus cafés parados o apoyados en la barra. Paúl amaba todo aquello, tenia largas conversaciones con cada antiguo y nuevo cliente. Su vida era simple, bajaba de su casa, se instalaba en su trabajo y al final del día volvía a subir. Solo tenía un día libre a la semana en el que aprovechaba para leer algún libro que luego hacia parte de su gran colección. No le gustaba andar por las calles, sentía que perdía tiempo de lectura y que no había cosa mejor afuera, prefería el refugio del frió cortante y de la oscuridad permanente del invierno.
Había aprendido a disfrutarse a sí mismo en todo momento.
Un día entro a la cafetería un hombre alto con una sonrisa brillante, se dirigió hacia una esquina de la barra y pidió un cortado con whisky, comentando en voz alta, - nunca pensé que esta caverna fuese una cafetería- todos lo miraron un poco confundidos e inquietos, pero al instante rieron por lo dicho.
Paúl y el caballero mantuvieron distintas conversaciones durante horas. Lo curioso de la charla y de todas las charlas que se mantenía con Paúl era que nunca hablaba de su vida ni de nada que lo involucrara, era muy bueno escuchando y a eso se dedicaba gran parte del día.
Afuera llovía desde temprano y la niebla era cada vez más intensa. Por un momento la sonrisa brillante desapareció del rostro del caballero y colocando un mano por encima de sus largos labios, tratando de que nadie pudiera escuchar, le contó que afuera, bajo la niebla y el frió lo esperaba una hermosa chica, ella lo estaba acompañado en su largo viaje que continuaría al día siguiente. No era una historia muy creíble para Paul, no entendía la razón de que su chica lo esperara fuera por tantas horas. Lo paso por alto en las conversaciones, pero por dentro trataba de entender lo extraño de la historia. Ya dentro de su hogar dejo el morral y el abrigo, puso su disco favorito de jazz pero no dejaba de pensar en su último cliente y esa chica bajo la humedad de París. Se preguntaba si realmente ella lo estaría esperando fuera todo ese tiempo.
A la mañana siguiente leía su libro en medio del habitual café oscuro y volvió a sentir una extraña preocupación por aquella, chica nombrada por aquel hombre. Dejando sin importancia sus molestias se dirigió a la cafetería. Levantando la cortina de la cafetería sintió unos pasos pesados detrás, al volverse vio parado a un hombre que se dirigía hacia él sin gesto alguno y con una actitud muy segura, no supo qué hacer más que esperar, en el momento en que su corazón ya no podía latir mas fuerte el hombre saco su lentes y su gorro y ahí estaba nuevamente esa sonrisa brillante , - uf - ,dijo Paúl por dentro- y sus músculos comenzaron a relajarse, - Hombre no quería asustarte te estaba esperando desde la mañana muy temprano necesito tu ayuda-, le dijo el caballero con sonrisa brillante,- Paúl no entendía que podría necesitar de él pero no se le ocurrió nada para desviarlo así que solo se dedico a escuchar - dime en que puedo ayudarte- , le dijo Paúl ,comenzó a sentirse nuevamente nervioso mientras esperaba la respuesta, - mi chica está enferma y no sé a dónde dirigirme-, contesto el caballero, y en medio de una risa casi carcajada dijo - creo que tomó mucho frió anoche-, Paul estaba totalmente desconcertado por esa risa, tratándose de la enfermedad de alguien al que Paúl suponía que aquel caballero le tendría algún tipo de afecto. Antes de que el hombre advirtiera lo que pasaba por su cabeza, Paúl le contesto que lo ayudaría sin problemas. Se dirigieron hacia la catedral de Notre Dame, y a unos metros de llegar doblaron en una esquina, ahí estaba ella, apoyada sobre una esquina que formaban dos paredes de ladrillo viejo, su chica. Paúl sonrió dejando escapar el aire que en sus pulmones tenia retenido -como no se me ocurrió antes-, se expreso Paúl. Esa chica que acompañaba todo el tiempo a aquel hombre era grande, esbelta, y tenía dos ruedas muy gordas. Era su gran motoneta lo que el caballero llamaba su ´chica´.
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