COMPLICIDAD DE MUJER
En mi vida tuve todo tipo de prendas, desde aquellas batitas acompañadas por sus escarpines, siguiendo por los vestiditos de franela con puntillas. En ese momento las madres eran tan adictas a lo rococó y a las combinaciones extremas que los roperos se asemejaban a los de Sarah Kay.
Entrando en la adolescencia estuve muy descuidada, mis prendas eran de lo más alocadas, llenas de agregados e inventos a pinceladas. Siempre desordenada. Tanta ropa guardada a presión, parecía que si abrían las puertas saldrían como un volcán en plena ebullición.
Al intentar poner orden con la puerta del dormitorio cerrada, encendía la radio para ordenar todo el día. Eso era un decir porque sólo doblaba lo que a la vista quedaría, lo de atrás seguía sufriendo cada arruga. Un día estaba tranquilamente apreciando el sol que entraba por mi gran ventanal y de la nada una angustia me invadió. Sabía que ese día llegaría. Era como una obligación síquica donar lo que ya no se usaba. Pero las que pasamos por esto realmente sabemos que en momentos preferimos ser egoístas, al final tratamos de no serlo aunque cueste tanto dolor. Muchas prendas con tantos recuerdos impregnados, quedaban ahora en el fondo de una gran caja de cartón muy cerrada, bloqueando una despedida fatal.
Por un tiempo me sentía vacía, triste, sin vida, casi sin recuerdos. Luego todo cambio era como una gran liberación, un cambio de vida, sin desorden, sin arrugas, todo tenía un orden extremo. No sólo mis prendas captaron la metamorfosis, la cama de una plaza ahora era de plaza y media, las cortinas de corazones eran lisas, no usaba lapiceras con plumas fucsia, desaparecieron los stikers de los vidrios, de las lámparas no colgaban marionetas y en el techo ya no brillaban falsas estrellas. Sólo un par de zapatillas y lo demás quedó tan formal.
Ya señorita tenía suficientes razones para tales cambios. Perfume impregnándose en las deliciosas texturas y el cuidado a cada una como caricias tan suaves. Es encantador sentir el aroma a recién bañada, envuelta en una toalla y sentada en la punta de la cama apreciar el latir de la prenda elegida, colocarla sobre la piel y nuevamente darle vida.
Una mañana muy temprano, cajas vacías volvían al dormitorio. En medio de sollozos angustiantes toda mi vida parecía que se desvanecía dentro de cada caja. Ya era una adulta y dejaba la casa de sus padres.
Sé que nunca olvidará el vínculo que nosotras entendimos. Un guardarropa como yo, sabe acompañar, contemplar y guardar muchos recuerdos.
Solo tu guardarropa entiende la sensibilidad de ser cómplice.
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